Paula Noya
Artista
sobre la artista
Paula Noya es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Salamanca, Máster en Estética y Teoría de las Artes por la Universidad Autónoma de Madrid.
Ha impartido cursos, talleres y seminarios de arte en instituciones como el CMAGEC, Centro Murciano de Arte Gráfico (Murcia), ECAM, Escuela de cinematografía y audiovisuales de Madrid (Madrid) y en el Museo Thyssen-Bornemizsa (Madrid).
Su trayectoria artística se desarrolla dentro del campo de la pintura, la fotografía y el vídeo arte participando en diferentes exposiciones individuales y colectivas como:
Serie Santa Teresa y las Metamorfosis en “Las Formas del alma”, Instituto Cervantes, Madrid, 2017
“La distancia incómoda”, Centro Valey, Piedrasblancas, Asturias, 2016
“Gabinete de sombras”, La Fábrica de Papel, Madrid, 2015
“Identidades y Latidos”, Museo Provincial de Lugo, 2014
“Cegueras e Imposturas”, Festival Miradas de Mujeres, Sala La Bacía, Madrid, 2013
“Watching”, The 8th Annual Carnival of E-Creativity, India, 2013
Vídeo “El Pliegue”, presentado en el Festival Int. de Documental OPENCITY, Londres
«El Pliegue», DocumentaMadrid’10, Sala Palafox, Madrid, 2010
«Os Rumorosos» y «1,2,3…38» en «Proyecto Circo, Festival de Performances y Audiovisuales» La Habana, Cuba, 2010
«Miradores» en Videomix «Fútbol Replay» La Casa Encendida, Madrid, 2010
“Penélope”, proyectado en el VideoPerformance “EJECT3”, DF, México, 2010
«Femenino Plural» en Mulier, Mulieris, Museo de la Universidad de Alicante, 2010
Su obra ha sido publicada en diferentes publicaciones y catálogos como; “Cuaderno inacabado” (2016) “Identidades y Latidos” (2015), “Gabinete de Sombras” (2015), Catálogo “El bosque interior” (2015), “ArteLaguna ArtPrize” (2015), Catálogo “Festival Miradas de Mujeres” (2014), Catálogo “Mulier Mulieris” (2009).
Textos Críticos
Soy aquella! Espacio de desarraigo.
Enhebrar la aguja para surcar la herida.
Collage, dibujo, escultura, fotografía, vídeo e instalación de una artista tremendamente versátil, poliédrica y multidisciplinar, La obra de Paula Noya (Lugo, 1969) te atraviesa. Las imágenes son punzadas, que acceden a través del ojo de forma amable, impecable, precisa, para llegar a remover a través de lugares comunes, donde te encuentras. Casi sin pretenderlo. Casi sin ser consciente. El hilo, la sutura, el recorrido, la vida. De pronto, sus dibujos (nos) hablan de errores que se vuelven propios, de recuerdos que semejan extraídos de tu álbum familiar, De una belleza meticulosa pero hiriente, sus imágenes trabajan múltiples planos de significado, provocando distintas lecturas a través de elementos simbólicos, referencias mitológicas e históricas, que se antojan una suerte de artefactos dispuestos a hacer sentir, Incomodidad. Melancolía. Curiosidad. Dolor. Hasta miedo. No es fácil enfrentarse a nuestros monstruos. Pero el arte contemporáneo tiene la capacidad de entrar sin llamar. Nuestra intimidad puede verse invadida, cuando te proyectas sobre la obra. Y aún así, ya no puedes evitar la mirada.
Estas fueron mis sensaciones cuando me adentré en la obra de Paula Noya. Como comisaria. Pero también como mujer. Su obra indaga sobre cuestiones existenciales, íntimas, vitales, que a partir de referencias autobiográficas evidentes, se vuelven universales. Investigadora nata, enamorada de la filosofía, del arte y de la historia, de naturaleza sumamente curiosa, son múltiples las referencias artísticas que podemos intuir en su obra. Louise Bourgeois, Cindy Sherman, Alberto Giocometti, René Magritte o Christian Boltanski. La presente exposición reúne una serie de obras que reflexionan sobre el desarraigo sufrido en el espacio más inesperado: el hogar. Conceptos como la identidad y el sentido de pertenencia a un núcleo familiar, entran en diálogo en la obras expuestas. Tres instalaciones irán aportando distintos matices al tema tratado, propiciando una experiencia personal al visitante.
Soy aquella! Espacio de desarraigo homenajea a la poeta gallega María Mariño, con la que la artista dialoga en tres cartelas que marcan el ritmo de la visita.
El error y el fracaso. La presencia de la muerte, El hogar, no siempre protector. La huella del patriarcado. La crudeza de las emociones. La cicatriz. La ausencia. Paula Noya nos remueve. Nos incomoda. Porque sus obras no pregunta si pueden acceder. Simplemente acceden.
IDENTIDADES Y LATIDOS.
“Si cierras la puerta, la noche podría durar para siempre”- canta la melancólica canción de Lou Reed con la que abrimos este texto. No dejemos pasar la luz a la habitación. Sigamos bailando en la oscuridad mientras la calle se empeña en su frenético ritmo. No es sólo evasión lo que buscamos, también introspección, mirar desde los ojos del espíritu.
En “Identidades y Latidos” Paula Noya nos propone un viaje a “sus identidades” sin cerrar un recorrido. Un camino construido a base de intuiciones y reflexiones, en el que los impulsos cuentan tanto como el razonamiento. Paula excava en su memoria sin develar, manteniendo la distancia incómoda que caracteriza su obra y que tanto me interesa. Todo está ahí sin imponer nada: los paisajes del cuerpo, los hitos biográficos abruptos, la esclavitud de las convenciones sociales, el pudor del pensamiento, su compromiso feminista, la geografía de sus sueños…pero en un acto de sutil generosidad lo presenta modesto y desnudo para que seamos nosotros los que juntemos las piezas del puzle y lo llevemos a nosotros.
La exposición comienza con Retrato de mi abuela Inés (1985) realizado cuando la artista tenía 15 años, una de las primeras obras que firmó con el apellido de su abuela: “Noya”, y que supone toda una declaración de intenciones, pues en su obra el homenaje a las mujeres que la impulsan cada día es una constante silenciosa. Ese cuadro/homenaje a una mujer que desde el anonimato familiar nos ayuda tendrá su broche en el último proyecto de la muestra: (Des)Memorias (2013-2014), un documental en el que Paula lleva trabajando los últimos años. El vídeo, en proceso, recoge los testimonios que comparten distintas trabajadoras culturales sobre sus referentes femeninos, y aboga por la necesidad de crear nuevas genealogías que recuperen el legado de las mujeres. Con motivo de esta muestra en Lugo, también se convocarán a las mujeres interesadas para que nos cuenten cuales han sido las abuelas, madres, profesoras, vecinas o amigas… que influyeron en su vocación, y que en muchos casos permanecen anónimas.
Lo personal se torna comunitario y político en El vestido de novia (2009). Sobre recortes del traje nupcial de su propia madre, Paula borda frases y refranes que han educado el imaginario femenino de nuestra infancia y adolescencia y que moldean a las mujeres generación tras generación. Sin tomar partido, la artista deja al espectador que reflexione y valore estas consignas.
Igual distancia crítica se marca en vídeos como Las Parcas (2010), donde el ovillo de lana recorre las estancias de una vida femenina construida y programada en estadios: la pareja, la maternidad…la soledad.
Agudas construcciones de Paula Noya sobre los afectos que también se recogen en Latidos (2010) y en La ausencia imposible (2008) dos obras en las que la autora declara la fragilidad de la voluntad en el hecho amoroso, proponiendo más allá de los tópicos del amor romántico, un sentir en libertad aunque conlleve la soledad o el sufrimiento.
Entrando directamente en los temas de género el tríptico que contiene los videos Penélope II, Bon apetit y Como una rosa (2009) aborda lo femenino desde distintas perspectivas críticas como son el cuerpo de la mujer cosificado y medicalizado y la entrega ciega e incondicional a la pareja, desde la espera y la resignación.
Otro punto central de la muestra es la serie de dibujos y vídeo Cegueras (2011-2013). Decíamos que sus obras invitan a vendarnos los ojos y adoptar una ceguera elegida. Observar nuestro interior. Revisar desde la distancia los anhelos ocultos. Siguiendo un proceso similar al de la meditación esencial, observaríamos sin juzgar los elementos que entran y salen de nuestra mente desde la mirada atenta y en calma. Así deberemos afrontar esta muestra, como recolectores de pedazos de un ánfora rota de barro biográfico, social u onírico, que no hay necesidad de reconstruir de una sola manera.
Y esa necesidad de aislamiento y de entrega al recogimiento es la base de la serie de collages Santa Teresa y las Metamorfosis (2014), un homenaje a la escritora Teresa de Ávila, a su universo de visiones y de percepciones místicas, que de nuevo alude a la necesidad de construir una identidad interior propia que dé fortaleza y crecimiento a la exterior.
LA DISTANCIA INCÓMODA.
«Pesa, pesa el deseo recordado». Luis Cernuda, Donde habite el olvido (1932-1933)
«La distancia incómoda» reúne algunas de las últimas producciones de Paula Noya (Lugo, 1969) en dialogo con sus primeras obras desvelando una persistencia de preocupaciones y de símbolos que han ido dibujando el rastro de su trayectoria.
La ceguera sentimental, la contención del dolor, la transparencia como metáfora del secreto, los ovillos emocionales, son constantes que se han mantenido en su práctica, adoptando distintas formas y actitudes.
La secreta persistencia del deseo y la resistencia del cuerpo al olvido se convierten en esta ocasión en los ejes de la exposición.
El proyecto, más que una muestra expositiva tradicional se plantea como un dispositivo emocional de fragmentos de sugerencias y de evocaciones afectivas en el que el visitante pueda reconocerse completando las obras desde la experiencia propia.
Paula excava en su memoria sin develar, manteniendo la distancia incómoda que caracteriza su obra. Todo está ahí sin imponer nada: los paisajes del cuerpo, los hitos biográficos abruptos, la esclavitud de las convenciones sociales, el pudor del pensamiento, su compromiso feminista, la geografía de sus sueños…pero en un acto de sutil generosidad lo presenta modesto y desnudo para que seamos nosotros los que juntemos las piezas del puzle.
Para crear este mapa de recuerdos y de fragmentos de memoria, la exposición, que reúne fotografía, vídeo, dibujo y escultura, se completa con el «Cuaderno inacabado» de la artista, editado para la ocasión, en edición numerada.
INTROITO
Al parecer, el cuento hablaba de cosas reales y cosas inventadas: de los oscuros jardines de la niñez donde se celebró un festín en el que fue servida comida que miraba, hablaba, y sentía, la cual era traída por camareros que ni miraban, ni hablaban aunque sí sentían; y los comensales, que no se conocían ni llegarían a conocerse durante el banquete, iban entrando uno a uno mientras que de sus bocas salían los versos adecuados… Un momento, el cuento no era así exactamente.
Al parecer, el cuento hablaba de cosas reales y cosas inventadas: de unas gentes que para celebrar la muerte de Dios ocultaban su cuerpo con telas de colores y hacían ruido con tambores y, más avanzado el tiempo litúrgico, levantaban altares con trozos de animales que conmemoraban la transubstanciación de lo divino en la materia que vemos; y lo hacían para que del cráneo de los caballeros más aptos brotaran las hierbas de la sensibilidad y pudieran pronunciar, convertidos ya en rapsodas, los versos adecuados… Un momento, el cuento no era así exactamente.
Al parecer, el cuento hablaba de cosas reales y cosas inventadas: de guerreros que velaron su reliquia más preciada hasta que se cerraron para siempre sus bocas y sus ojos, y que como premio a su esfuerzo les crecieron flores de la cabeza para así ser recordados por las generaciones; pero sus enemigos, ocultos como bandoleros, accedieron a la cámara sepulcral para obligarles a mirar y a hablar de nuevo abriéndoles los ojos, las bocas y los corazones, y fue en ese momento cuando dicen que se escucharon los versos adecuados… Un momento, el cuento no era así exactamente.
Al parecer, el cuento hablaba de cosas reales y cosas inventadas: de bodegones creados como ejercicio de iluminación en una escuela de fotografía y de, dada su factura, los encargos que vinieron después, el del ayuntamiento de un pueblo para realizar el cartel de las fiestas patronales de San Jorge y San Artemio y el de la orla del convento de las Madres Reparadoras del Divino Color, que recientemente habían estrenado nuevo hábito y nuevo himno (nótese que en los retratos las monjas están recitando los versos adecuados)…. Un momento, el cuento no era así exactamente.
Al parecer, el cuento hablaba de cosas reales y cosas inventadas: de gente que se empeñaba en dividir las imágenes en documentales y artísticas sin comprender lo que era lo documental y lo que era el Arte, y para solucionar el problema, o para complicarlo más, se hizo un libro donde todo era real y todo imaginario. Y, claro está, los versos adecuados lo hacían cuajar todo.
Las leyendas son como los jardines de la niñez, siempre hay algo de verdad en el principio y luego el resto lo adorna la fantasía.
LA GALLINITA CIEGA NO SE HABÍA EXTINGUIDO.
El exceso de visión produce ceguera. Es una de las consecuencias -y no precisamente poco grave- de la sociedad que nos ha tocado en vida, entregada puerilmente al imperativo visual. En ella, todo ha de hacerse visible, nada debe quedar sin ser expuesto. Es la tiranía de la transparencia. Y es fácil obedecerla, participar de ella y contribuir a su expansión. No es raro, al respecto, que constantemente estemos reclamándonos de mayor visibilidad en todo, sin excepción, como si la existencia no pudiera ser ya contemplada ni vivida de otro modo. Incluso llega a resultar una extravagancia decidir que uno no quiere mostrar lo que pertenece al ámbito del pudor. Porque una reclamación tal adquiere tintes de impudicia, es decir, es constituyente de una de las formas que alcanza la pornografía de la hipervisualidad: la exhibición en primer plano de la genitalidad afectiva. De verdad, ¿hemos perdido el gusto por el secreto, la capacidad de jugar con lo que no se quiere mostrar? ¿Nada hay ya que pueda quedar en el último pliegue de nuestra vergüenza?
Ya se ha dicho, es tal el cúmulo de estímulos visuales externos, es tal la fuerza colonizadora que desplazan que parece que la visión interior hubiera sido reducida a unas pocas compensaciones nimias.
Lo peor de todo es que el imperio de la visibilización señala una dependencia que crece proporcionalmente a medida que aquel se expande, una dependencia que llega a convertirse en costumbre, algo que podría conducir a una especie de incapacidad para tomar una iniciativa propia. Si una invasión tal se produce, instalando en el ser humano una pasividad esterilizadora, llegando incluso a disminuir sus defensas imaginativas, y cuya consecuencia sería escindirle un poco más al alienarle en la imagen externa, cómo no preguntarse con ansiedad sobre el modo de recuperar la propia visión: ¿Cómo volver a generar nuestros sueños, es decir, cómo volver a ver? Un gran amigo mío, que, para su dicha, tiene la enorme capacidad de recordar los sueños, no se contenta con ello y ha decidido experimentar algo tan sencillo como lo siguiente: taparse los ojos, cada noche, al irse a dormir, con un fular de dos tonos azules para potenciar la capacidad memorística del sueño en la vigilia. Y tiene su efecto: los recuerdos son nítidos,
precisos e intensos. Después puede contarlos o no, pero no los exhibe. Traigo a colación este hecho porque se relaciona con la propuesta de Paula Noya, Cegueras, que consiste en hacer perder voluntariamente la vista a determinadas personas, cegándolas con un paño, con el fin de que inicien a partir de ese instante un “retorno” que les lleve a ver, pero a ver, efectivamente, con “los ojos anteriores a los ojos”.
Esta es, digámoslo así, la apuesta conceptual, por lo que surge la cuestión de cuál es la práctica que conduce a la recuperación de una “mirada hacia dentro”, en palabras de la propia Paula Noya.
Irónicamente, esto no salta a la vista, precisamente porque forma parte del adentro, de lo que quiere permanecer “ciego”, y por tanto no condicionado a la exhibición, al menos durante su génesis. Y sin embargo es perfectamente visible, bellamente visible. No estoy hablando, en definitiva, de otra cosa que del dibujo, de un hacer que pertenece al orden del aislamiento voluntario, a la necesidad de la introspección, a una pérdida del sí sin la cual no podría tener lugar el propio re-conocimiento, que, para ser verdadero, se hace en la ocultación y se abandona a lo otro. Nada es original en todo esto, ni se pretende. Pero sí contiene una nobleza de indagación de la que sale beneficiada la que, a mi juicio, debe ser atendida y alimentada delicada y firmemente: la actividad de espíritu, que tiene lugar en lo apartado. ¿Es esto poco en el escenario abrumador y obsceno de la impúdica visibilización total? Sí, pero es este poco lo que hace entrar en crisis ese imperio, desafiándolo con su potencia sorda y desatendida, y quizá en última instancia fugitiva, pues desobedece a sus prerrequisitos y se pone a la fuga en su secreto.
Paula Noya se ciega a sí misma. Sabe que su ojo también ha enfermado a causa de floraciones extrañas y necesita cuidarlo, de ahí que decida vendárselo a su manera, con objeto de recuperar la visión que le había sido hurtada. En efecto, ella se ciega entregándose ensimismada al tiempo lento de “la mano que piensa”, perfilando a tientas los cuerpos que le hagan notar de nuevo que vive en un mundo que se reconstruye a la medida de su imaginación. Al abrir los ojos, lo que había tocado aparecerá transfigurado a su mirada con toda su materialidad, con toda la realidad de su deseo.
LEVEDAD DE CUERPO, EXIGENCIA DEL RETIRO…PARA VER
No forma parte del espíritu de la época reclamarse del apartamiento, del aislamiento. Al contrario, como ya he dicho en ocasión de la anterior exposición de Paula Noya, hoy debe ser dado a conocer todo, la visibilidad debe reinar hasta el punto de que ni siquiera un poco de nuestra mente quede sin desvelar, ni un trozo del alma sin mostrar, ni un pedazo de cuerpo sin exhibir. (Si insisto en esta cuestión, es porque subyace en la obra de Paula Noya, y aquí vuelve a “aparecer”). Sin embargo, esta exhibición tal vez lo único que demuestra es la impotencia de ver, de verdad ver: es decir, tener visiones en un retiro que el espíritu necesita para reconocerse, quizá para pacificarse en medio de esta dictadura de lo imparable; y esto sin excluir que en tal retiro exista un posible dolor, incluso un cierto tormento. Pero la pasión es así. Con todo, no parece hoy un desatino querer situarse al margen para reencontrarse con lo necesario, y lo necesario aquí quiere decir lo que uno es capaz de restituirse, y quién sabe si, en una situación extrema, lo que le salve.
Pero quedémonos, por el momento, en lo que un determinado aislamiento tiene como para dar a ver. Pues no es incierto que “abandonar” lo mundano y mantenerse en el espacio poético del taller, para un ser sensible que se toma del todo en serio su actividad creadora, conlleva, por un lado, una recuperación de poderes entre adormecidos y perdidos, y por otro, cuando estos han sido retomados, su ahondamiento. Pero esto no sólo se hace en el taller, bien es cierto, sino en cualquier lugar y situación, hasta en los más hostiles, y a diario. En tal caso, podemos decir que un aislamiento semejante equivale a una profunda interiorización que favorece, o eso pienso, el milagro de la visión.
De cualquier modo esto no es, ni por asomo, una ciencia exacta, dicho así para entendernos. Ni el aislamiento, ni la capacidad de creación, ni la voluntad de ver garantizan la visión. Sin duda que entran en juego factores que escapan a lo aprendido, a la erudición, y desde luego la pasión, la exacerbación, el arrebato tienen mucho que decir en este asunto. Y la obsesión, sí, la obsesión, la cual “debemos cuidar muy bien, pues es con mucho lo mejor de que disponemos”, escribe el cineasta checo Jan Svankmajer.
Si tenemos en cuenta seriamente estos factores, podemos imaginar que el creador, cualquiera de nosotros -definitivamente todos “artistas”- cayendo por la pendiente del abajo, entre en fase de ingravidez, esto es, que alcance un grado tal de desconexión que le acerque a una significativa alteración de los sentidos. Si esto sucediera en tales términos se podría hablar entonces, con propiedad, de tener una experiencia cercana a lo que se supone es la experiencia “mística”. Aun así, una mayor o menor alteración de los sentidos no debe hacer pensar que lo experimentado se acerque a lo místico, cuya extremidad se mantiene a distancia de lo anterior.
Por lo tanto, sería conveniente situarnos en esa alteración de los sentidos, próxima a una “realidad” que no lleve a lo ilusorio. Ahora bien, en términos de deseo, y analógicamente hablando, todo nos autoriza a establecer esas relaciones, pero insisto, sin confundir una cosa y otra. No es poco, por lo demás, que cualquiera que se entrega a una actividad creadora del tipo que nos convoca pueda decir que tiene esa experiencia alterada, esto es que ha conocido una determinada perturbación de su estructura psico-física lo suficientemente acusada como para poder poner en su boca la palabra alteridad. No es poco, insisto. Y aquí es donde pienso que se encuentra Paula Noya. En consecuencia, el trabajo que ahora nos regala se sitúa, a mi juicio, dentro de esas coordenadas. Porque, entre otras cosas, la propuesta de Paula es de tipo conceptual, correspondiéndose nítidamente con un conocimiento adquirido al que quiere dar unas formas y conferirle un imaginario que lo haga aprehensible, en lo cual -tal y como yo creo- reside su franqueza y honestidad.
Dicho lo anterior, se hace tal vez más entendible la propuesta de Paula Noya, ya que parece querer establecer una correspondencia entre el retiro perenne de Teresa de Ávila y el retiro, menos perenne, del artista (hoy realmente excepcional). Una correspondencia que encontraría su mayor punto de conexión justamente en la visión que tal retiro pueda inducir. Y, como causa de tal visión, la metamorfosis -claramente de tipo interior- que se pueda experimentar. En el caso de Paula Noya, cuyo
“aislamiento” conozco, la visión comienza por el encuentro de una figura cuya presencia se erige en el resorte conceptual de toda esta serie de collages: la silueta de una mujer. Pero antes de ser conceptual, esta figura ha tomado el lugar de imagen persistente a partir de la cual se va a desencadenar todo un proceso de metamorfosis del imaginario que la creadora misma va a suscitar, pero también del que late en su interior. Esta silueta, como podemos apreciar, es la de una mujer… que se halla siempre en estado de levitación. Para Paula, la levitación encarna aquí una especie de fuga del cuerpo del lastre terrestre que lo ancla a una vida diaria de pesadumbre, impropia, o como poco de afasia, alienada en último término. Ausentándose de esa materia opresiva, el cuerpo alcanza una liberación que entra en coalescencia con la mente. Una vez se da esta coalescencia, comienza el proceso metamórfico. Pues es inseparable la experiencia común del desprendimiento tenida tanto por el cuerpo como por la mente. De otro modo, nos mantendríamos en la sempiterna división en la que nos tiene aprisionados nuestra civilización judeo-cristiana y su agente capital. Es interesante tener en cuenta este hecho porque quizá nos susurre algo de suma importancia: la experiencia “artística” del retiro, del desprendimiento, y la experiencia del rapto de la mística coinciden en que, con sus diferentes credos, son una experiencia profana, es decir, de rebelión contra el dogma, sea laico en un caso (el del arte contemporáneo, lujoso administrativo del capitalismo), o religioso en el otro (siervo secular de la iglesia). Resultaría hoy de una ingenuidad difícilmente aceptable pensar que el mercado del arte no se ha erigido en una iglesia (o por lo menos en su sacristía) como ya lo es la católica, que busca sus mayores beneficios, para lo cual necesita tener sus propios santos fieles, obedientes, dispuesta a no permitir la impunidad de los heterodoxos… cuando estos no son una mera nomenclatura sino herejes y/o irredentos en acto.
Si uno toma como referente la figura de Teresa de Ávila, no puede dejar de tener en cuenta estas actitudes.
En cuanto a lo iconográfico se refiere, estimo que allí donde Paula Noya consigue una mayor correspondencia entre metamorfosis y liberación es en aquellos collages en los que el desafuero del alma (rapto, levitación) y transformación del cuerpo se encuentran, y cuyas representaciones mayores serían las de la atávica animalidad (que
domina en este trabajo, no lo ignoremos) y la de la “dulce” “descorporización”. Pulpo, arterias, ramajes, peces, aquello que simbólicamente pertenece a lo de abajo y a lo de adentro arrastra sus poderes transformadores, pues es ahí, en lo más profundo de la psique, donde comienza todo verdadero proceso metamórfico, con su gloria y su tormento.
OMNIA VANITAS
La sensualidad, cuando casitransciendela muerte y la brevedad.
El instante, en la búsqueda de la apariencia.
Una perfección ilustrada. Alardes de belleza en los márgenes del artificio.
Sólo es un intento.
Elineludible paso del tiempo rematará por desbaratar el maquillaje, cuando la carne se hace presente, desvaneciéndose ante el precipicio.
Omnia vanitas. Todo es en vano.
Omnia Vanitas de Paula Noya (Lugo, 1969) parte de unaexultante celebración de la vida, de una alegoría a la belleza, para invitar a la muerta y al paso del tiempo a ser protagonistas. A través de dibujos, pinturas e instalaciones, enuna exposición versátil y poliédrica, Noya recoge en este proyecto diferentes reflexiones acerca de la idea de la vacuidad, de lafragilidad de la viday de laapariencia de las cosas, para tensar y cuestionar al público visitante, a través de emociones, pulsionesy lugares comunes.Sus obras trabajan múltiples planos de significado y diversos lenguajes, incorporando elementos simbólicos, referencias mitológicas y revisiones históricas, para hacernos sentir. Miedo, dolor, incomodidad, incertidumbre. Nunca es sencillo afrontar los miedosy hacerse preguntas.¿Cómo de presente tenemos la muerte en nuestras vidas? ¿Determina ese inevitable paso deltiempo nuestra manera de afrontar nuestro día a día?
“Naturaleza muerta (en vida)”es la obra que preside y presenta esta exposición, conectando el interior de la galería Luisa Pita con la ciudad compostelanadesde el escaparate:ese lugar óptimo para una “escenificación”, para el “artificio”; ese no- lugar” en el que “mostrar” o “dejar ver”. Recuperando su trabajo sobre las vanitas, tan presentes en sus comienzos como artista, Noya investiga ahora sobre algunas artistas del Barroco que fueron relegadas a la invisibilidad, enuna historia contada dende la mirada patriarcal, para representarlas simbólicamente a través de las diferentes flores: Laura Berrasconi (rosa) y Margarita Caffi (lirio), en Italia;Clara Peeters (tulipán), Rachel Ruychs (margarita) yMaria van Oosterwyck (clavel), en los Países Bajos. Rememorando la tradición pictórica de los bodegóns florales del siglo XVII, elmarco dorado recoge una voluptuosa exaltación de la naturaleza, de la belleza etérea, delcénit de la vida. Aunque sólo en apariencia. Una naturaleza seudorrealesconde bichos e insectos,más allá del simulacro, que se irá haciendo evidente con el paso de los días: las flores naturales se irán deteriorando, secando e pudriendo, frente a aquellas artificiales, que permanecerán impolutas ante el debacle. Así, la sensualidad dará paso a la decadencia, al abandono, a la muerte.
Así mismo, esta obra conecta de forma directa con la reciente serie de dibujos sobre hojas de enciclopedia, que tanto nos recuerdan a las ilustraciones de botánica e historia natural de comienzos del siglo XVIII. Un dibujo técnicamente cuidado, preciso y amable, recolecta con detalle especies de flores, como si de una científica exploradora se tratase. Hileras de bichosypequeños animales recorren las ilustraciones, “devorando”, “devastando”, anticipando la expiración. Nuevamente, estamos ante unavanitas. Bajo los dibujos, el “conocimiento” se evidencia incapaz de impedirel paso letal del tiempo.
Esta muestra también exhibe tres series anteriores con las que podemos intuir vínculos palpables: “Santa Teresa y Las Metamorfosis”, “El hilo de Cloto” y “Fracasos”.La primera, una serie de collages alrededor de la figura de Teresa (un icono místico que representala levitación a través del éxtasis), que nos habla de conceptos como el cuerpo y la levedad, la pérdida, los placeres terrenales yel demonio o del binomio construcción-destrucción, desde representaciones próximas al surrealismo. Por su parte,en lasegunda serie, Paula Noya vuelve a trabajar desde la mitología, a través de las Moirasy del “hilo de Cloto”, el hilo que simboliza nuestra vida, hasta la muerte, para hacernos reflexionar sobre la búsqueda de la identidady eltranscurrir de nuestra existencia, a través de la representación de “ovillas”, cambiando el material, la lana, para provocar sensaciones de Galería LUISA PITA – Rúa Cardenal Payá, 9 bajo. 15703 Santiago de Compostela – A Coruña dolor y dureza. Por último, la serie de “Fracasos” esboza con precisión e severidad nuestros errores, redundando en la idea del círculo, como recorrido vital; una suerte de intentos que muchas veces nunca llegan a ser.
Así, las diferentes obras cierran ese círculo de reflexiones sobre la vida y la muerte, sobre la apariencia, la belleza y la realidad, sobre el tempo y las consecuencias del mismo. Omnia Vanitases una muestra que se sitúa en el “yo”, desde una posición individual frente a la vida, frente a la muerte, los temores y los miedos. Pero a pesar de que su obra indaga sobre cuestiones íntimas y personales, no existe un tema más universal que el paso del tiempo y la muerte.
Ua vez más, Paula Noya nos mueve y nos remueve, desde una belleza tan cruda comofermosa, tan perfecta como hiriente, contando más desde lo invisible que desde la apariencia.Nos habladel dolor, de la sutura, de la incertidumbre. Nos incomoda. Porque, al final… Todo es en vano.